La vida y su conservación

Las especies son esenciales en el funcionamiento de la vida en nuestra casa que es nuestro planeta; por eso, es importante conservarlas.
Con este objetivo, tenemos que saber cómo son, cómo se organizan en comunidades y cómo interactúan en los sistemas ecológicos.
En el último siglo XX, hemos visto degradaciones ambientales enormes: muchas especies en extinción o en drástica reducción de sus poblaciones, la destrucción o alteración rápida de sus ecosistemas y cambios nunca vistos en el clima del planeta. Esta gran crisis ambiental ha coincido con la disminución de las ciencias naturales en los centros académicos de referencia.

sábado, 13 de diciembre de 2014

El impacto devastador de la pesca de arrastre: causas de la pérdida del los hábitat oceánicos


Según un nuevo estudio, la pesca de arrastre puede tener «consecuencias devastadoras» para la vida marina. 

La pesca de arrastre, que consiste en el empleo de una red que barre el fondo marino para capturar peces, se originó en el siglo XIV; ahora, sin embargo, con las reservas de peces cada vez menores en las zonas costeras, la pesca de arrastre industrial se ha ido alejando de las plataformas continentales, alcanzando cada vez mayor profundidad.

¿Qué ocurre cuando las redes se arrastran por el fondo marino? De acuerdo con la investigación publicada en Proceedings of the National Academy of Sciences y dirigida por Antonio Pusceddu, de la Universidad Politécnica de las Marcas (Ancona, Italia), nada bueno.

El estudio compara zonas afectadas por la pesca de arrastre con zonas intactas de un cañón submarino de la costa española, de aproximadamente 40 kilómetros de largo y 2 200 metros de profundidad.

Así, el equipo ha descubierto que los sedimentos de las zonas donde se practica esta variedad de pesca contienen un 52 % menos de material orgánico, que es la fuente de alimento de los organismos que viven en esas profundidades; además, presentan tasas más reducidas de degradación del carbono (alrededor del 40 %).


El estudio establece, por tanto, que la pesca de arrastre destruye los ecosistemas sedimentarios de los fondos marinos y disminuye la biodiversidad, por lo que es una de las principales causas de degradación del fondo del mar.

«En última instancia, la pesca de arrastre convierte los fondos marinos en desiertos», afirman los autores.

La destrucción del hábitat marino tiene lugar cuando se ponen en peligro de forma significativa o se eliminan las condiciones necesarias para la supervivencia de las plantas y los animales.


 
La mayoría de las regiones de los océanos del mundo están sufriendo pérdida de hábitat. Pero las zonas costeras, debido a su cercanía a los centros de población humana, padecen este mal de forma desproporcionada, sobre todo debido a las presiones ejercidas por el hombre. La pérdida de hábitat aquí afecta de manera trascendental a la biodiversidad de todo el océano. Estas zonas fundamentales, entre las que se encuentran los estuarios, los pantanos y las marismas, ejercen de terrenos para la reproducción o de «semilleros» para casi todas las especies marinas.


Causas de la pérdida del los hábitat oceánicos

Los seres humanos y la Madre Naturaleza comparten la culpa en la destrucción de los hábitat oceánicos, pero no a partes iguales.


Los huracanes, tifones, tormentas fuertes, tsunamis y otros fenómenos similares han provocado enormes trastornos en los ciclos de vida de las plantas y animales oceánicos, aunque normalmente de forma temporal. Sin embargo, las actividades humanas tienen un efecto significativamente mayor y mucho más duradero.

Los pantanos son dragados y utilizados para alojar construcciones residenciales, industriales y agrícolas. Las ciudades, las fábricas y las explotaciones agrícolas provocan residuos, contaminación y vertidos químicos que pueden causar estragos en los arrecifes, la vegetación marina, las aves y los peces.


Los diques del interior reducen el flujo natural de nutrientes, cortan las rutas migratorias de los peces y frenan los cursos de agua dulce, por lo que aumenta la salinidad de las aguas costeras. La deforestación lejos de la costa crea erosión y hace que se desplacen y se depositen limos en las aguas someras, lo cual puede bloquear la luz del sol que necesitan los arrecifes para desarrollarse.

Las técnicas de pesca destructivas, como la pesca de arrastre y la utilización de dinamita y veneno destruye los hábitat tanto cercanos a las costas, como en mar abierto.


El turismo provoca que millones de navegantes y submarinistas estén en contacto directo con los frágiles ecosistemas de los pantanos y los arrecifes. Los buques portacontenedores y los buques cisterna pueden dañar los hábitat con sus cascos y anclas. Los vertidos de crudo y otras sustancias matan a miles de aves y peces y dejan tras de sí un entorno tóxico que puede perdurar durante años.

Cambio climático

Sin embargo, quizá el agente más devastador de todos es el cambio climático. Los científicos todavía están tratando de entender las consecuencias que el excesivo dióxido de carbono en la atmósfera y el rápido calentamiento de la Tierra están teniendo en los ecosistemas. Pero existen abundantes pruebas que indican que los océanos son los más castigados por estos cambios.


Conforme aumenta la temperatura terrestre, son principalmente los océanos los que absorben el calor adicional. Incluso pequeños cambios de temperatura pueden tener importantes efectos sobre los ciclos de vida de los animales marinos, desde los corales hasta las ballenas.

Además, las temperaturas más cálidas causan un excesivo derretimiento dede los casquetes y glaciares, lo que provoca que aumente el nivel del mar y se inunden los estuarios.



Los altos niveles de dióxido de carbono en la atmósfera, causados fundamentalmente por la quema de combustible fósil, son absorbidos por los océanos, donde el gas se disuelve en ácido carbónico. La elevada acidez merma la capacidad de los animales marinos, incluido el numeroso plancton, para crear conchas, lo que afecta a la vida en el mismísimo origen del tejido alimenticio oceánico.
 

Cambios en los mares

Se están realizando continuos esfuerzos para proteger los hábitat oceánicos, como la creación de gigantescos santuarios marinos donde las construcciones quedan restringidas y se prohíbe la pesca. La creación de legislaciones que prohíben el vertido de aguas residuales y productos químicos en el océano y de políticas que fomentan la administración de pantanos están teniendo un efecto positivo. Aunque los científicos están de acuerdo en que son necesarias medidas drásticas para evitar las crisis oceánicas creadas por el cambio climático.


 


La sobrepesca



La sobrepesca en los océanos consiste simplemente en la captura de la fauna silvestre que habita en sus aguas en cantidades demasiado elevadas como para que las especies capturadas puedan restablecerse.


La primera situación de sobrepesca se produjo a comienzos del siglo XIX, cuando el ser humano diezmó la población de ballenas con el fin de obtener grasa para la fabricación del aceite que empleaba en las lámparas de la época. Algunos de los peces que comemos, incluidos el bacalao, el arenque del Atlántico y las sardinas de California, fueron asimismo capturados en cantidades tan elevadas que estuvieron al borde de la extinción a mediados del siglo XX.

Estos agotamientos regionales y de carácter aislado, sumamente perjudiciales para la cadena alimentaria, se convirtieron en un suceso global y de proporciones catastróficas a finales del siglo XX.

¿Cuándo comenzó?

Los científicos marinos saben en qué época comenzó la generalización de la sobrepesca en los mares. Y tienen una idea bastante clara de cuándo terminará, a menos que se tomen medidas.



A mediados del siglo XX, las iniciativas internacionales destinadas a aumentar la disponibilidad y la accesibilidad de los alimentos ricos en proteínas redundaron en iniciativas gubernamentales conjuntas encaminadas a aumentar la capacidad pesquera. Las políticas, préstamos y subsidios que tenía por objeto favorecer este aumento multiplicaron con rapidez las grandes operaciones de pesca industriales, que pronto sustituyeron a los pescadores locales en su papel de proveedores de pescado y marisco en todo el mundo.



Estas grandes flotas comerciales cuyo objetivo era lucrarse al máximo utilizaban técnicas extremadamente agresivas que agotaban las poblaciones de los océanos, y desarrollaban métodos y tecnologías cada vez más sofisticados a la hora de encontrar, extraer y procesar las especies que capturaban. Los consumidores no tardaron en acostumbrarse a tener a su alcance una amplia selección de especies de pescado a precios accesibles.
 
Pero en 1989, cuando las capturas procedentes de los océanos rondaban los 90 millones de toneladas, la industria había tocado techo y sus rendimientos han descendido o se han estancado desde entonces. Las reservas de las especies más solicitadas como el pez reloj anaranjado, la lubina chilena y el atún rojo han caído en picado. En 2003, un informe científico estimó que la pesca industrial había reducido el número de peces grandes que habitan en el océano al 10% de la población existente antes de la etapa industrial.

 ¿Cuándo terminará?


Debido al colapso de las poblaciones de peces grandes, las flotas comerciales se adentran en zonas cada vez más profundas de los océanos y apuntan a niveles inferiores de la cadena alimentaria en busca de capturas viables. Esta llamada "pesca esquilmadora" está provocando una reacción en cadena que está perturbando el delicado y ancestral equilibrio del sistema biológico de los mares.



Un estudio sobre los datos relativos a las capturas realizado en 2006 y publicado en la revista Science predijo trágicamente que si los índices de pesca se mantenían constantes, la pesca mundial de todas las especies se desplomaría para el año 2048. 


¿Qué nos depara el futuro?

En los últimos 55 años, a medida que la pesca de todas las especies ha tenido rendimientos cada vez menores, el hombre ha empezado a comprender que los océanos que antes creíamos infinitamente inmensos y ricos son en realidad muy vulnerables y sensibles. Si añadimos la sobrepesca a la contaminación, el cambio climático, la destrucción de hábitats y la acidificación, nos encontramos con un sistema en crisis.


Muchos científicos afirman que la mayoría de las poblaciones piscícolas podría reponerse con una gestión más activa de la pesca, una mejor aplicación de la legislación que regula las capturas y un mayor uso de la acuicultura. Y en muchas regiones, hay motivos para la esperanza. Sin embargo, la pesca ilegal y la explotación insostenible todavía abundan en la industria. Y un público que se ha acostumbrado a disponer de abundante pescado y marisco, y que se muestra indiferente ante la grave situación de los océanos complica las iniciativas encaminadas a reparar el daño que hemos causado.




miércoles, 10 de diciembre de 2014

Wetlands more vulnerable to invasives as climate changes



December 9, 2014
Duke University
Changing water temperatures, rainfall patterns and seasonal river flows linked to global warming may give invasive wetland plants a slight but significant competitive edge over less adaptable native species, according to a groundbreaking three-year field study conducted at 24 riparian wetland sites in the US Southeast.

In the battle between native and invasive wetland plants, a new Duke University study finds climate change may tip the scales in favor of the invaders -- but it’s going to be more a war of attrition than a frontal assault.


“Changing surface-water temperatures, rainfall patterns and river flows will likely give Japanese knotweed, hydrilla, honeysuckle, privet and other noxious invasive species an edge over less adaptable native species,” said Neal E. Flanagan, visiting assistant professor at the Duke Wetland Center, who led the research.  

Increased human disturbances to watersheds and nutrient and sediment runoff into riparian wetlands over the coming century will further boost the invasive species’ advantage, the study found.


“It’s death by a thousand small cuts. Each change, on its own, may yield only a slight advantage for invasive species, but cumulatively they add up,” said co-author Curtis J. Richardson, director of the Duke Wetland Center and professor of resource ecology at Duke’s Nicholas School of the Environment.


If left unchecked, over time these change will reduce the diversity of plants found in many wetlands and could affect the wetlands’ ability to mitigate flooding, store carbon, filter out water pollution and provide habitat for native wildlife, the authors said.

The scientists published their peer-reviewed findings this week in the journal Ecological Applications.


The study, funded by the U.S. Environmental Protection Agency (EPA), is the first large-scale field experiment to simulate how future environmental changes linked to global warming and land-use change will affect plant communities in major river systems in the U.S. Southeast.


It was conducted using plant species and biomass surveys, continuous real-time measurements of water levels and water temperatures, and statistical modeling of long-term plant abundance and growing conditions at 24 riparian floodplain sites in North Carolina and Virginia over a three-year period.


The Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) projects that surface-water temperatures in the Southeast will increase by 1 to 5 degrees Celsius by the year 2100. Increased evaporation will reduce surface water base flows, while a 5 percent to 30 percent increase in precipitation, mostly in the form of intense storms, will cause pulsed hydrology -- sudden, short-term rises -- in water levels.

  As these changes occur, the annual timing of when wetland soils warm up in spring will fluctuate and may no longer be synchronized with when river levels drop, Flanagan said.

This de-synchronization will affect all floodplain plants, but the natural phenotypic plasticity of invasive species allows them to adapt to it better than native species, which need both exposed soil and warmer temperatures to germinate.


As native species’ germination rates decline, invasives will move in and fill the void, their increased abundance fueled by high levels of nutrients flowing into the wetlands in run off from upstream agriculture and other disturbances.  


"These findings underscore the need for us to better understand the interaction between climate, land use and nutrient management in maintaining the viability of native riparian plant communities," Richardson said.

“What makes this study so novel is that we used a network of natural, existing riparian wetlands to simulate the long-term impacts of IPCC-projected changes to water temperature and flow over the coming century,” Richardson added.


Eighteen of the 24 wetlands used in the study were located downriver from dams or power plants built at least 50 years ago, he said. Ten of these wetlands were classified as warm sites, because water discharged back into the river by the upstream dam or power plant was heated by steam turbines or pulled from higher in a reservoir, where water temperatures were warmer.


Eight wetlands were classified as cold sites because the upstream dams pulled their outflow water from deeper in reservoirs, where temperatures were more than 5 degrees Celsius cooler than at warm sites.


“This allowed us to simulate the effect of long-term changes in water temperatures on native and invasive species abundance,” Richardson said.  All 18 dams regulated their outflow of water, allowing the team to simulate the effects of projected lower base flow and increased storm flows. Six wetlands in the study were located on undammed rivers and served as control sites.


Journal Reference:

1.     Neal Edward Flanagan, Curtis J. Richardson, Mengchi Ho. Connecting Differential Responses of Native and Invasive Riparian Plants to Climate Change and Environmental Alteration. Ecological Applications, 2014; 141006093213006 DOI: 10.1890/14-0767.1