La vida y su conservación

Las especies son esenciales en el funcionamiento de la vida en nuestra casa que es nuestro planeta; por eso, es importante conservarlas.
Con este objetivo, tenemos que saber cómo son, cómo se organizan en comunidades y cómo interactúan en los sistemas ecológicos.
En el último siglo XX, hemos visto degradaciones ambientales enormes: muchas especies en extinción o en drástica reducción de sus poblaciones, la destrucción o alteración rápida de sus ecosistemas y cambios nunca vistos en el clima del planeta. Esta gran crisis ambiental ha coincido con la disminución de las ciencias naturales en los centros académicos de referencia.

sábado, 21 de marzo de 2015

El Amazonas captura menos carbono porque los árboles acortan su vida



Los bosques del Amazonas absorben menos carbono que hace algunas décadas. Un estudio publicado en la revista Nature indica que ante el aumento de CO2 en la atmósfera, los árboles crecen más rápido pero la consecuencia de este hecho es que acortan su vida y, por lo tanto, la selva amazónica en su conjunto disminuye su capacidad para retener gases de efecto invernadero. Si este fenómeno se confirma en otras partes del mundo, los científicos creen que habría que revisar los modelos de cambio climático y reducir aún más las emisiones.
En las últimas décadas, la selva amazónica ha actuado como un gran sumidero de carbono ayudando a frenar el ritmo del cambio climático. Sin embargo, un artículo publicado hoy en Nature indica que esto comienza a cambiar. Los bosques están perdiendo su capacidad de capturar carbono de la atmósfera porque la tasa de mortalidad de los árboles se ha incrementado, según un amplio estudio que ha analizado datos de 30 años en una serie de parcelas forestales y en el que han participado casi 100 investigadores.

El dióxido de carbono (CO2) es un ingrediente clave para la fotosíntesis, así que el aumento de su presencia en la atmósfera, inicialmente estimuló el crecimiento de los árboles de la Amazonia, que a su vez necesitaban absorber aún más carbono. Sin embargo, a más largo plazo este fenómeno ha tenido consecuencias inesperadas. Todas las fases de la vida de los árboles se aceleran, “viven más rápido”, dicen los investigadores, así que también mueren más jóvenes.



Las tasas de mortalidad se han incrementado más de un tercio desde mediados de la década de 1980 y esto está afectando a la capacidad del Amazonas para almacenar carbono, según los datos recogidos en Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guayana y Guayana Francesa.
Si los datos se confirman en todo el mundo “necesitaríamos recortes más profundos en las emisiones de gases de efecto invernadero”, declaran los investigadores


“Todavía no entendemos lo suficiente cuál es la relación entre el crecimiento de los árboles y su mortalidad”, afirma en declaraciones a Sinc Roel Brienen, investigador de la Facultad de Geografía de la Universidad de Leeds, que ha liderado el trabajo. Por eso, aunque los niveles de CO2 sigan aumentando en el futuro, no cree que necesariamente la vida de los árboles siga acordándose.



“Tiene que haber un límite, de la misma forma que existe un límite en la estimulación del crecimiento”, asegura, puesto que los nutrientes son limitados y el incremento de las temperaturas, que también prevé el cambio climático, podría frenar el crecimiento acelerado de la vegetación que se ha observado en la actualidad.


Los científicos creen que las recientes sequías y las temperaturas inusualmente altas en la Amazonia también pueden haber tenido cierta influencia en estos resultados. Aunque el aumento de la mortalidad de losárboles comenzó mucho antes de la intensa sequía de 2005, la ausencia de precipitaciones parece haber incrementado las muertes de árboles en millones.

El estudio se ha llevado a cabo desde la década de 1980 en 321 parcelas forestales de ocho países de la Amazonia

En cualquier caso, el artículo no deja lugar a dudas sobre la pérdida de capacidad de esta región como sumidero de carbono. Desde los años 90, la cantidad de CO2 que almacena la biomasa de los bosques amazónicos ha disminuido a la mitad y en la actualidad ya ni siquiera absorben las emisiones de combustibles fósiles de América Latina.



Los bosques almacenan carbono en forma de biomasa en sus tallos, hojas, raíces o en la materia orgánica del suelo. Por eso, estos nuevos datos son especialmente llamativos en relación con las previsiones sobre cambio climático, ya que muchos modelos dan por supuesto el aumento continuo del almacenamiento de carbono por parte de los bosques tropicales y ahora se demuestra justo lo contrario.

Reducir las emisiones, aún más necesario

“Esperamos que este trabajo sirva de acicate para mejorar los modelos, que también deben simular la mortalidad de los árboles”, comenta Roel Brienen. “De las emisiones humanas de CO2, el 45% son absorbidas por el océano y la tierra, pero más de la mitad vuelve de nuevo a la atmósfera. Si observamos que otros bosques tropicales también pierden su papel como sumidero y esta situación continúa en el futuro, necesitaríamos recortes más profundos en las emisiones de gases de efecto invernadero”, declara.


A partir de este trabajo, los científicos se plantean, por un lado, comprender mejor el aumento de la mortalidad de los árboles, y por otro, extender el estudio a bosques de todo el mundo a la vez que siguen vigilando la Amazonia.  


El trabajo publicado por Nature ha sido coordinado por la Red Amazónica de Inventarios Forestales (RAINFOR), una singular red de investigación dedicada a monitorear los bosques amazónicos en 321 parcelas forestales permanentes de la Amazonia distribuidas por los ocho países participantes y que juntas suman seis millones de kilómetros cuadrados. Los investigadores han identificado y medido 200.000 árboles y han registrado la muerte y el nacimiento de otros muchos desde la década de 1980.

Referencia bibliográfica
Long-term decline of the Amazon carbon sink. Nature, Vol 519. doi:10.1038/nature14283

miércoles, 18 de marzo de 2015

Guerra Mundial de África y conservación de la biodiversidad: una ecuación sin solución. ¿Gorilas de montaña?



República Democrática del Congo, país con la mayor masa de bosque tropical de África y uno de los que tesora la mayor biodiversidad del continente. Realidad de las guerras por los recursos naturales

El colapso de Congo como Estado, tan grande como Europa occidental, ha dejado a muchos de sus ciudadanos en una situación de extrema vulnerabilidad. 






La inestabilidad politica y bélica de la Guerra Mundial de África no da margen a la protección de la valiosa biodiversidad de la República Democrática del Congo, país con la mayor masa de bosque tropical de África y con los escasos gorilas orientales de montaña (Gorilla beringei) y de Grauer famosos por los trabajos de la primatóloga Dian Fossey.




  
En un lugar plagado de injusticias, la más cruel es la que obliga a los niños mineros del este de la República Democrática del Congo a dejar la escuela para escarbar en las minas artesanales que proliferan en las provincias de Katanga y los Kivus. 
                                                        Bushmeat o carne de caza que las comunidades, los soldados cazan del bosque tropical

¿Hablamos de la biodiversidad en las zonas de conflicto bélico apoyado por gobiernos y multinacionales de poderosos países del primer Mundo? 


Por menos de un dólar al día, casi desnudos y a menudo malnutridos, estos menores alimentan el mercado mundial de coltán, cobre, estaño y cobalto mientras hacen aún más profundo el agujero humano en el que habitan. 







Congo es un país incapaz de sacar partido a sus enormes riquezas naturales, una nueva generación se pierde condenada a trabajar a una edad en la que, en el resto del planeta, los niños van a la escuela y juegan con videojuegos que funcionan con los minerales que ellos arrancan del subsuelo.

"Sin dinero para pagar la escuela y sin otra forma de mantenerse, muchas familias se ven obligadas a poner a trabajar a los niños. Muchas veces nos encontramos a familias enteras, padres, hijos y sobrinos, trabajando juntos en las zanjas".

En el Congo como en ningún otro rincón del mundo se hace evidente que vivir sobre una tierra llena de riquezas puede ser la mayor de las condenas para un pueblo y sus niños.


Historia de un expolio

La promesa de una tierra llena de riquezas fue la que atrajo a Leopoldo II, rey de Bélgica, a tomar posesión de este rincón de África cubierto de selvas y surcado por caudalosos ríos en 1884.

Congo no pasó a ser una colonia más, sino la única propiedad particular de un monarca obsesionado en extraer tanto oro, maderas y café -entre otros productos tropicales que la metrópoli estaba ansiosa por consumir- como fuera posible. Las cosas apenas cambiaron a partir de 1908, cuando el Gobierno belga asumió la soberanía del país, y Congo llegó a la independencia en 1960 con 16 millones de habitantes y menos de 20 licenciados universitarios.


¿A dónde podía ir un país así?, se pregunta el periodista Stephen Smith, corresponsal en la zona del diario francés Le Monde, en el libro Negrología. Por qué África muere. La respuesta es que iría a una de las dictaduras más corruptas y salvajes que han existido en un continente casi tan rico en minerales como en regímenes despóticos.






Tras cinco años de convulsiones y en un golpe promovido por los Gobiernos de Estados Unidos y Bélgica, Mobutu Sese Seko se adueñó del poder en Congo en 1965, se enriqueció tanto como pudo y no lo soltó hasta que Laurent Kabila, padre del actual presidente, Joseph Kabila, le echó del país en 1997.

Pero la vida sin Mobutu no fue mejor para los congoleños, que pasaron otros siete años sumidos en una guerra en la que se vieron implicados siete países y que, con más de cuatro millones de muertos, fue la más sangrienta desde la Segunda Guerra Mundial.

Ahora, la revuelta contra el Gobierno de Kabila del general tutsi Laurent N'Kunda amenaza con poner fin a la frágil paz que la comunidad internacional intenta imponer desde 2003.

En estos casi 135 años han pasado los reyes, los gobiernos y las guerras, pero todos han tenido en común el expolio de un país y el trabajo infantil en las minas, que han financiado los sistemas que les explotan.

La pesadilla del coltán
 
Las nuevas tecnologías llegaron a finales del siglo XX al este de Congo en forma de un nuevo mineral que arrancar de las montañas: el coltán. El país cuenta con las mayores reservas mundiales conocidas (hasta el 80%, según algunos cálculos) de esta extraña aleación de la que se extrae el tantalio, metal de gran resistencia al calor y unas propiedades eléctricas que lo hacen insustituible en los teléfonos móviles, consolas de videojuegos y todo tipo de equipos electrónicos




Gobiernos y multinacionales están detrás de esta catástrofe humanitaria que no deja espacio a la conservación de la biodiversidad que pasa a ser un "asunto menor"

 
Fácil de extraer y muy valioso -a principios de esta década se llegó a cotizar a más de 700 euros el kilo-, el coltán fue el combustible que engrasó las múltiples facciones que protagonizaron la gran guerra entre 1997 y 2003.

Con el país sumido en una complejísimo conflicto, con hasta seis facciones que en ocasiones llegaron a luchar todos contra todos, millones de personas se vieron desplazadas de sus cosechas y, en una nueva vuelta de tuerca, las mismas minas que financiaban a los grupos en lucha se convirtieron en focos de atracción para familias enteras que allí encontraban su única fuente de ingresos.

Pero el mismo mineral que les permitía subsistir era el que envenenaba todo el sistema político del centro de África.

El pueblo congoleño podía ser pobre, estar malnutrido y presentar unas tasas de analfabetismo superiores al 33%, pero quienes estaban detrás de la guerra y la explotación del coltán eran eficientes ministros, generales y políticos.

Un informe elaborado por expertos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en 2002 puso nombre y apellidos a decenas de militares y gobernantes de Congo, Uganda, Ruanda, Burundi y Zimbabue que, perfectamente organizados, se lucraron con la exportación del coltán a Europa, Asia y América.

La explotación del coltán se mantiene hoy en Congo, aunque ha perdido peso debido al descenso de precios que ha sufrido en los últimos años. 


"Hoy es la casiterita la que está dando los mayores casos de explotación infantil y trabajos forzados", explica Carina Tertsakian, de la ONG Global Witness, especializada en denunciar la explotación de los recursos minerales en Congo.

Este mineral, del que se extrae el estaño, componente esencial de múltiples aleaciones, predomina en la parte este de Congo, la más sacudida por la intervención extranjera y las luchas fratricidas en el país.


  
Los precios fijados en los mercados internacionales pueden tener su impacto en las explotaciones minerales en Congo, pero "poco cambiará sobre el terreno a efectos prácticos", asegura François Philippart.

"La casiterita y el coltán, por ejemplo, suelen encontrarse en los mismos sitios y, mientras se mantengan las estructuras de poder y los sistemas de explotación fuera de la ley, por milicias o el propio Ejército, los niños seguirán siendo explotados", añade.

El Estado que no protege

Tras el fin de la guerra, y con el apoyo de la comunidad internacional, Congo celebró elecciones presidenciales en 2006. Se abría así un periodo de esperanza que hoy ha defraudado a casi todo el mundo. Los ejemplos están por todas partes en Goma, capital del Kivu Norte, una ciudad tomada por el Ejército de la República Democrática del Congo y los cascos azules de la ONU.

Los soldados del Ejército han incurrido en múltiples violaciones de los derechos humanos contra la población a la que deben proteger, el último episodio tras la ofensiva de N'Kunda en Goma, cuando en su retirada se dieron al saqueo, mataron a decenas de civiles y violaron a miles de mujeres. Los soldados llevaban meses sin cobrar su salario, que se pierde en la maraña de corrupción de los oficiales.



                                                               Desplazados, refugiados, campos de población civil inocente

Tampoco las escuelas del sistema público funcionan. "Menos de la mitad de los profesores cobra su salario y los centros se ven obligados a cobrar a los alumnos para pagar al resto y mantener las instalaciones", afirma Juanjo Aguado, del Servicio Jesuita al Refugiado, ONG que trata de suplir las carencias de la educación pública en la zona del Rutshuru, en Kivu Norte.

"Muchas familias no pueden pagar estas contribuciones, aunque sean pequeñas, lo que aboca a los niños al trabajo infantil", alerta Tasha Gill, de Unicef en Congo.

La violencia sexual es la otra gran lacra que se ceba con la infancia en el país.

Sin fuerzas del orden que les protejan ni educación con la que labrarse un futuro, jóvenes de ambos sexos quedan expuestos a todas las formas de explotación, desde las violaciones en masa a la prostitución.

"Para ellos es un trauma que les marca por toda la vida", explica Gill. "La vergüenza, las enfermedades de transmisión sexual y el golpe brutal que sufren desde muy pequeños en su autoestima hace que en muchos casos sólo sean capaces de sobrevivir adoptando para la edad adulta los hábitos adquiridos de violencia y falta de respeto que ellos han sufrido".

Congo se encamina hacia otra generación perdida, la séptima u octava consecutiva desde la llegada del poder colonial.

Los datos de Unicef hablan de un sistema sanitario público apenas existente, de casi la mitad de los niños sin escolarizar, de un 31% de menores de cinco años con malnutrición y de una mortalidad infantil antes del primer año que alcanza a uno de cada doce menores bebés.

Un informe de Médicos Sin Fronteras alerta de que, en las zonas en conflicto, cada año mueren uno de cada ocho menores de cinco años. Unas cifras que no mejoran desde hace dos décadas. Mientras, los niños siguen trabajando en las minas.

¿Seguimos hablando de la biodiversidad en las zonas de conflicto bélico apoyado por gobiernos y multinacionales de poderosos países del primer Mundo?